13 agosto 2010

Donde todo comenzó

Una niña pequeña que lleva zapatos de tacón y que tropieza. No es que le queden grandes. No son los zapatos de su mamá, son los suyos, a su medida, a la medida de esos pies flacos y alargados y con tanto arco que son más bien vacío que pie. Unos deditos por aquí, un talón por allá.

Tampoco es que tropiece porque le falte equilibrio, que equilibrio tiene suficiente y hasta de más. Como si en lugar de piernas tuviera varas de bambú, de ésas que según el proverbio se doblan pero no se rompen, o los pilares de una catedral. Como si más que caminar flotara o se deslizara. Como si la punta de su cabeza fuera tirada con dulzura hacia arriba por una mano invisible o un hilo invisible, un hilo invisible y claramente muy largo, cuyo otro extremo estuviera en las manos de un ángel aunque la niña en ángeles no cree pero para nada, o enrollado, con moño y todo, alrededor de un pequeño planeta ambulante.